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Apariciones de Fatima



Las apariciones de Fátima han sido un ciclo de las apariciones marianas que tuvieron lugar durante el año 1917 en la ciudad de Fátima, Portugal, para comenzar el 13 de mayo de 1917, cuando tres niños, Lucía dos Santos (10 años), San Francisco Marto (9 años) y Santa Jacinta Marto (7 años), avistaron "... una señora más brillante que el Sol" sobre una carraca de un metro o poco más de altura, cuando apacentaban un pequeño rebaño en la Cova da Iria, cerca de la aldea de Aljustrel. Lúcia veía, oía y hablaba con la aparición, Jacinta veía y oía y Francisco sólo la veía, pero no la oía. La aparición de la Virgen María se repitió en los cinco meses siguientes y fue portadora de un importante mensaje al mundo. El 13 de octubre de 1917, la aparición se les presentó como "la Señora del Rosario". Además de estas apariciones ocurrieron otros fenómenos, acontecimientos que fueron relatados y redactados por la vidente Lucía a partir de 1935, en cuatro manuscritos conocidos por Memorias I, II, III y IV.
El 23 de marzo de 2017, año de las celebraciones del centenario de las apariciones de Fátima, la Santa Sede anunció que el Papa Francisco aprobó el milagro necesario para la canonización de los beatos Francisco y Jacinta Marto, videntes de Fátima. El 13 de mayo de 2017, Francisco y Jacinta Marto fueron canonizados por el Santo Padre en el Santuario de Nuestra Señora de Fátima, en la Cova da Iria.

Aparición de Nuestra Señora en la memoria de Lucía:


"Día 13 de mayo de 1917 - Andando jugando con Jacinta y Francisco, en la cima de la ladera de la Cova da Iria, a hacer una paredita alrededor de una maleza, vimos, de repente, como un relámpago.
- Es mejor que se vaya a casa, - dijo a mis primos - que están haciendo relámpagos; puede venir tormenta.
- Pues si.
Y empezamos a bajar la ladera, tocando las ovejas en dirección a la carretera. Al llegar, más o menos a mitad de la ladera, casi junto a una encina grande que había allí, vimos otro relámpago y, dados algunos pasos más adelante, vimos, sobre una carrasqueira, una Señora, vestida toda de blanco, más brillante que el sol , esparciendo luz, más clara e intensa que un vaso de cristal, lleno de agua cristalina, atravesado por los rayos del sol más
quema. Paramos sorprendidos por la aparición. Estábamos tan cerca, que nos quedábamos dentro de la luz que la rodeaba o que ella se dispersaba, tal vez a un metro y medio de distancia, más o menos.
Entonces Nuestra Señora nos dijo:
- No tengáis miedo. Yo no los hago mal.
- ¿De dónde es Vossemecê? - le pregunté.
- Soy del cielo.
- ¿Y qué es lo que Vossemecê me quiere?
- He venido para pedirles que vengan aquí seis meses seguidos, el día 13 a esta misma hora. Después os diré quién soy y lo que quiero. Después volveré aquí una séptima vez.
- Y yo también voy al Cielo?
- Sí, vas.
- ¿Y a Jacinta?
- También.
- ¿Y Francisco?
- También, pero tiene que rezar muchos tercios.
Me acordé entonces de preguntar por dos chicas que habían muerto hace poco. Eran mis amigas y estaban en mi casa a aprender las tejedoras con mi hermana mayor.
- María de las nieves ya está en el cielo?
- Si está.
Me parece que debía tener unos 16 años.
- ¿Y a Amelia?
- Estará en el purgatorio hasta el fin del mundo.
Me parece que debía tener de 18 a 20 años.
- Quieren ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos
que Él desea enviaros, en acto de reparación por los pecadores con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?
- Sí, queremos.
- Id, pues, tener mucho que sufrir, pero la gracia de Dios será su consuelo.
Fue al pronunciar estas últimas palabras (la gracia de Dios, etc.) que abrió por primera vez las manos, comunicándonos una luz tan intensa, como reflejo que de ellas expedia, que penetrándose en el pecho y en lo más íntimo del alma , haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios, que era esa luz, más claramente que nos vemos en lo mejor de los espejos. Entonces, por un impulso íntimo también comunicado, caímos de rodillas y repetíamos íntimamente:
- Oh Santísima Trinidad, yo te adoro. Dios mío, Dios mío, te amo en el Santísimo Sacramento.
Pasados ​​los primeros momentos, Nuestra Señora añadió:
- Rezad el tercio todos los días, para alcanzar la paz para el mundo y el fin de la guerra.
A continuación, se empezó a elevar serenamente, subiendo hacia el nacimiento, hasta desaparecer en la inmensidad de la distancia.
La luz que la circundaba iba como que abriendo un camino en el cerrado de los astros, motivo porque alguna vez dijimos que vimos abrirse el Cielo.
Me parece que ya expuse, en el escrito sobre Jacinta o en una carta, que el miedo que sentimos no fue propiamente de Nuestra Señora, sino de la tormenta que supimos allí venir; y de ella, de la tormenta, es que queríamos huir. Las apariciones de Nuestra Señora no infunden miedo o temor, sino sorpresa. Cuando me preguntaban si tenía sentido y decía que sí, me refería al miedo que había tenido de los relámpagos y de la tormenta que suponía venir próxima; y de esto fue de lo que quisimos huir, pues estábamos acostumbrados a ver relámpagos sólo cuando truena.
Los relámpagos tampoco eran propiamente relámpagos, sino el reflejo de una luz que se acercaba. Por ver esta luz, es que decíamos a veces que veníamos a venir a Nuestra Señora; pero, propiamente, Nuestra Señora sólo La distinguía en esa luz, cuando ya estaba sobre la encina. El no saber explicar y querer evitar preguntas fue que dio lugar a que unas veces dijéramos que A veníamos a venir, otras que no. Cuando decíamos que sí, que A veníamos, nos referimos a que veníamos a aproximar esa luz que, al fin, era Ella. Y cuando decíamos que A no veníamos, referíamos a que, propiamente Nuestra Señora, sólo La veíamos cuando ya estaba sobre la encina.

Apariciones del ángel en la memoria de Lucía:


"Por lo que puedo más o menos calcular, me parece que fue en 1915 que se dio esa primera aparición de lo que creo ser el Ángel, que no se atreve, por entonces, manifestarse de todo. Por el aspecto del tiempo, pienso que si debían dar en los meses de abril hasta
Octubre - 1915.
En la ladera del cabezal que se dirige hacia el Sur, al tiempo de rezar el tercio en compañía de tres compañeras, de nombre Teresa Matias, Maria Rosa Matias, su hermana y María Justino, del lugar de la Casa Vieja, vi que sobre la arboleda del árbol vale que se extendía a nuestros pies pasaba una como una nube, más blanca que nieve, algo transparente, con forma humana. Mis compañeras me preguntaron qué era. Respondí que no sabía. en
días diferentes, se repitió dos veces más.
Esta aparición me dejó en el espíritu una cierta impresión que no sé explicar. Poco y poco, esa impresión se iba desvaneciendo; y creo que, si no son los hechos que se le siguieron, con el tiempo la vendría a olvidar por completo.
Las fechas no puedo precisarlas con certeza, porque, en ese tiempo, yo no sabía todavía contar los años, ni los meses, ni siquiera los días de la semana. Me parece, sin embargo, que debió ser en la primavera de 1916 que el Ángel nos apareció la primera vez en nuestra Loca del Cabeço.
Ya dije, en el escrito sobre Jacinta, cómo subimos la ladera en busca de un abrigo y como fue, después de allí merendar y rezar, que empezamos a ver, a cierta distancia, sobre los árboles que se extendían hacia el Naciente, una luz más blanca que la nieve, con la forma de un joven, transparente, más brillante que un cristal atravesado por los rayos del Sol. A medida que se acercaba, le íbamos distinguiendo las facciones. Estábamos sorprendidos y medios absorbidos. No decíamos palabra.
Al llegar junto a nosotros, dijo:
- No temas. Yo soy el Ángel de la Paz.
Y arrodillándose en tierra, curvó la frente hasta el suelo. Llevados por un movimiento sobrenatural, lo imitamos y repetimos las palabras que le oí pronunciar:
- Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón para los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman.
Después de repetirlo tres veces, se levantó y dijo:
- Orad así. Los Corazones de Jesús y María están atentos a la voz de vuestras súplicas.
Y desapareció.
La atmósfera de lo sobrenatural que nos envolvió era tan intensa, que casi no nos dábamos cuenta de la existencia misma, por un gran espacio de tiempo, permaneciendo en la posición en que nos había dejado, repitiendo siempre la misma oración. La presencia de Dios se sentía tan intensa e íntima que ni siquiera entre nosotros nos atrevíamos a hablar. Al día siguiente, sentíamos el espíritu todavía envuelto por esa atmósfera que sólo muy lentamente desapareció.
En esta aparición, ninguno pensó en hablar ni en recomendar el secreto. Ella de sí lo impuso. Era tan íntima que no era fácil pronunciar sobre ella la menor palabra. Nos hizo, quizás, también, mayor impresión, por ser la primera tan manifiesta.
La segunda debió ser en el pino del verano, en esos días de mayor calor, en que íbamos con (los) rebaños a casa, a mitad de la mañana, para hacerlos abrir sólo a la tarde.
Fuimos, pues, pasar las horas de la siesta a la sombra de los árboles que rodeaban el pozo ya varias veces mencionado. De repente, vimos al mismo Ángel junto a nosotros.
- ¿Qué hacéis? Orar! ¡Orad mucho! Los corazones de Jesús y María tienen sobre vosotros designios de misericordia. He ofrecido constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios.
- ¿Cómo nos hemos de sacrificar? - pregunté.
- De todo lo que puedas, ofrezca un sacrificio en acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores. Por lo tanto, sobre tu patria, la paz. Soy su ángel de la guarda, el Ángel de Portugal. Sobre todo, acepte y apoye con sumisión el sufrimiento que el Señor os envíe.
Estas palabras del Ángel se grabaron en nuestro espíritu, como una luz que nos hacía comprender quién era Dios, como nos amaba y quería ser amado, el valor del sacrificio y cómo le era agradable, como, por su atención, pecadores. Por eso, desde ese momento, comenzamos a ofrecer al Señor todo lo que nos mortificaba, pero sin hablar de otras mortificaciones o penitencias, excepto la de pasar horas seguidas postradas por tierra, repitiendo la oración que el Ángel nos había enseñado.
La tercera aparición me parece que debió ser en octubre o fines de septiembre, porque ya no íbamos a pasar las horas de la siesta a casa.
Como ya dije en el escrito sobre Jacinta, pasamos de la Prégueira (es un pequeño olivo perteneciente a mis padres) a Lapa, dando la vuelta a la ladera del monte por el lado de Aljustrel y Casa Vieja. Rezamos allí el rosario y la oración que en la primera aparición nos había enseñado. Y estando allí, apareció por tercera vez, trayendo en la mano un cáliz y sobre él una Hostia, de la que caían dentro del cáliz unas gotas de sangre. Dejando el
cáliz y la Hostia suspendidos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces la oración:
- Santísima Trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo, te adoro profundamente y te ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de Su Santísimo Corazón y del Corazón Inmaculado de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Después, levantándose, tomó de nuevo en la mano el cálix y la Hostia
y me dio la Hostia a mí y lo que contenía el cálix le dio a beber a Jacinta ya Francisco, diciendo, al mismo tiempo:
- Toma y bebe el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Repara tus crímenes y consuela a tu Dios.
De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros a tres veces la misma oración:
- Santísima Trinidad ... etc.
Y desapareció.
Llevados por la fuerza de lo sobrenatural que nos envolvía, imitábamos al Ángel en todo, es decir, postrándonos como Él y repitiendo las oraciones que Él decía. La fuerza de la presencia de Dios era tan intensa que nos absorbía y aniquilaba casi por completo.
Parecía privarnos hasta del uso de los sentidos corporales por un gran espacio de tiempo. En esos días, hacíamos las acciones materiales como que llevados por ese mismo ser sobrenatural que a eso nos impulsaba. La paz y la felicidad que sentíamos era grande, pero sólo
íntima, completamente concentrada el alma en Dios. El abatimiento físico, que nos prostaba, también era grande.

Aparición del 13 de octubre de 1917, día del milagro del sol:


Debido a que los pastorcitos habían revelado que la Virgen María haría un milagro en este día para que todos creyera, estaban presentes en la Cova da Iria cerca de 50 mil personas, según los relatos de la época. Llovía con abundancia y la multitud aguardaba a los tres niños en los terrenos fangosos de la sierra. Lúcia así describe estos acontecimientos en la Memoria IV: "Salimos de casa bastante temprano, contando con las demoras del camino, el pueblo era en masa, la lluvia, torrencial, mi madre, temiendo que fuera el último día de mi vida, y en el caso de que se trate de una de las más importantes de la historia de la humanidad, se ha convertido en una de las más antiguas del mundo. En el momento en que se veía el reflejo de la luz y luego la Virgen sobre la carrasqueira, la Virgen de la Carrasqueira, junto a la carrasqueira, llevada por un movimiento interior, pedí al pueblo que cerrarse los paraguas para rezar el tercio.
Lúcia: ¿Qué es lo que Vossemecê me quiere? Nuestra Señora: - Quiero decirte que hagan aquí una capilla en Mi honor, que soy la Señora del Rosario, que continúen siempre rezando el rosario todos los días. La guerra acabará y los militares volverán pronto a sus casas. - Yo tenía muchas cosas para pedirle: se curaba a unos enfermos y se convertía en pecadores, etc. - Unos, sí; otros, no. Es necesario que se enmenden, que pidan perdón de sus pecados. Y tomando un aspecto más triste: - No ofendan más a Dios Nuestro Señor que ya está muy ofendido. Y abriendo las manos, las hizo reflejar en el Sol. Y mientras se elevaba, continuaba el reflejo de su propia luz a proyectarse en el Sol.
En este momento, Lucía dice a la multitud mirar al Sol, llevada por un movimiento interior que a eso la impulsó. "Desaparecida Nuestra Señora, en la inmensa distancia del firmamento, vimos, al lado del Sol, San José con el Niño y Nuestra Señora vestida de blanco, con un manto azul. Era la Sagrada Familia. "San José con el Niño parecían bendecir al mundo con unos gestos que hacían con la mano en forma de cruz. Poco después, desvanecida esta aparición, vi Nuestro Señor acabado de dar al camino del Calvario y Nuestra Señora que me daba la idea de ser Nuestra Señora de los Dolores. "
Lúcia sólo veía la parte superior del cuerpo de Nuestro Señor y Nuestra Señora no tenía la espada en el pecho. Nuestro Señor parecía bendecir al mundo de la misma manera que San José. Se desvaneció esta aparición y me pareció ver a Nuestra Señora, en forma semejante a Nuestra Señora del Carmen, con el Niño Jesús al cuello.
Mientras los tres pastorcitos eran agraciados con estas visiones (sólo Lucía vio los tres cuadros, Jacinta y Francisco vieron solamente el primero), la mayor parte de la multitud presente observó el llamado El Milagro del Sol. La lluvia que caía cesó, las nubes entreabrieron, si dejando ver el sol, asemejándose a un disco de plata mate, podía mirarse sin dificultad sin cegar. La inmensa bola comenzó a girar vertiginosamente sobre sí misma como una rueda de fuego. Después, sus labios se volvieron escarlatas y se deslizó en el cielo, como un remolino, esparciendo llamas rojas de fuego. Esta luz se reflejaba en el suelo, en los árboles, en las propias caras de las personas y en la ropa, tomando tonalidades brillantes y diferentes colores. Animado tres veces por un movimiento loco, el globo de fuego pareció temblar, sacudirse y precipitarse en zigzag sobre la multitud aterrorizada. Todo duró unos diez minutos. Finalmente, el sol volvió en zigzag a su lugar y se volvió de nuevo tranquilo y brillante. Muchas personas notaron que sus ropas, empapadas por la lluvia, se habían secado súbitamente. Tal fenómeno fue testigo de miles de personas, incluso por otras que estaban a kilómetros del lugar de las apariciones. El relato fue publicado en la prensa por diversos periodistas que allí se desplazaron y que también ellos, testigos del suceso.

Nuestra Señora de Ortiga


Otro aspecto mucho antes, la Virgen se apareció en el siglo XVIII, una niña de cambios, donde se ubica el santuario mariano de Ortiga, en la parroquia de Fátima, en el municipio de Ourém, en Portugal. Nuestra Señora le pidió una oveja del rebaño que guardaba. La niña sintió la lengua a ganar nueva vida, y contestó que no podía decir que sí sin la autorización del padre.

Su padre se sorprendió oír a su hija hablar, y le dijo que le diera a aquella señora todo lo que ella quisiera. Nuestra Señora pidió a la niña que se levantara una capilla en el lugar, lo que vino a suceder en algún momento antes de 1758, según la tradición oral pudo haber sido construida en 1604. Cuando fue al lugar donde la hija dijo que todo sucedió, imagen de Nuestra Señora, entre ortigas.

En 1801, la capilla recibió el jubileo del papa Pío VII, iniciándose en ese momento las peregrinaciones. Aún hoy, la capilla, que se encuentra a dos kilómetros de la iglesia matriz de Fátima, recibe en julio a centenares de personas en peregrinación. Concluyó una indulgencia plenaria, al concluir el Año Jubilar de 1800, a todos los peregrinos que visiten el referido santuario mariano el primer domingo de julio y en los dos días siguientes, y que los fieles debían observar las condiciones prescritas: haberse confesado previamente , haber recibido la Sagrada Comunión estando en estado de gracia y que rezara por el Sumo Pontífice. Esta indulgencia podría beneficiarse cada año.

La fiesta en honor de Nuestra Señora de la Ortiga se realiza anualmente en el primer domingo de julio. Desde el siglo XVIII que la Capilla de la Ortiga es lugar de peregrinación. La población de la parroquia de Fátima comparte una comida comunitaria y asiste a ceremonias religiosas en honor de Nuestra Señora de la Ortiga. El lugar tuvo muchas tradiciones que decían que la gente visitaba el lugar para comenzar a citas.

Horarios del Santuario de Nuestra Señora de la Ortiga: Invierno 7h30 - 17h30; Verano 7h30 - 20h00


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